Páginas

El Renacimiento


Titulo: El Nacimiento de Venus
Temple sobre lienzo, 384,5 x 585,5 cm
Sandro Botticelli (1445 - 1510 ).
Galería Uffizi, Florencia, Italia







El Renacimiento
Renacimiento es el nombre dado a un amplio movimiento cultural que se produjo en Europa Occidental en los siglos XV y XVI. Sus principales exponentes se hallan en el campo de las artes, aunque también se produjo una renovación en las ciencias, tanto naturales como humanas.
El Renacimiento es fruto de la difusión de las ideas del humanismo, que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo.
El nombre «renacimiento» se utilizó porque éste retomaba los elementos de la cultura clásica. El término simboliza la reactivación del conocimiento y el progreso tras siglos de predominio de un tipo de mentalidad dogmática establecida en la Europa de la Edad Media. Esta nueva etapa planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano, el interés por las artes, la política y las ciencias, revisando el teocentrismo medieval y sustituyéndolo por cierto antropocentrismo.
El historiador y artista Giorgio Vasari había formulado una idea determinante, el nuevo nacimiento del arte antiguo, que presuponía una marcada conciencia histórica individual, fenómeno completamente nuevo en la actitud espiritual del artista.
De hecho, el Renacimiento rompió, conscientemente, con la tradición artística de la Edad Media, a la que calificó como un estilo de bárbaros, que más tarde recibirá el calificativo de gótico. Con la misma conciencia, el movimiento renacentista se opuso al arte contemporáneo del norte de Europa. Desde una perspectiva de la evolución artística general de Europa, el Renacimiento significó una «ruptura» con la unidad estilística que hasta ese momento había sido «supranacional». Sobre el significado del concepto de Renacimiento y sobre su cronología se ha discutido muchísimo; generalmente, con el término «humanismo» se indica el proceso innovador, inspirado en la Antigüedad clásica y en la consolidación de la importancia del hombre en la organización de las realidades histórica y natural que se aplicó en los siglos XV y XVI.
El Renacimiento no fue un fenómeno unitario desde los puntos de vista cronológico y geográfico. Su ámbito se limitó a la cultura europea y a los territorios americanos recién descubiertos, a los que las novedades renacentistas llegaron tardíamente. Su desarrollo coincidió con el inicio de la Edad Moderna, marcada por la consolidación de los Estados europeos, los viajes transoceánicos que pusieron en contacto a Europa y América, la descomposición del feudalismo, el ascenso de la burguesía y la afirmación del capitalismo. Sin embargo, muchos de estos fenómenos rebasan por su magnitud y mayor extensión en el tiempo el ámbito renacentista.

Desarrollo
Históricamente, el Renacimiento fue contemporáneo de la era de los Descubrimientos y las conquistas ultramarinas. Esta «era» marca el comienzo de la expansión mundial de la cultura europea, con los viajes portugueses y el descubrimiento de América por parte de los españoles, lo cual rompe la concepción medieval del mundo, fundamentalmente teocéntrica. El fenómeno renacentista comienza en el siglo XIV y no antes, aunque al tratarse de un proceso histórico, se elige un momento arbitrariamente para determinar cronológicamente su comienzo, pero lo cierto es que se trata de un proceso que hunde sus raíces en la Alta Edad Media y va tomando forma gradualmente.
El desmembramiento de la cristiandad con el surgimiento de la Reforma protestante, la introducción de la imprenta, entre 1460 y 1480, y la consiguiente difusión de la cultura fueron uno de los motores del cambio. El determinante, sin embargo, de este cambio social y cultural fue el desarrollo económico europeo, con los primeros atisbos del capitalismo mercantil. En este clima cultural de renovación, que paradójicamente buscaba sus modelos en la Antigüedad Clásica, surgió a principios del siglo XV un renacimiento artístico en Italia, de empuje extraordinario, que se extendería de inmediato por Hungría y a otras naciones de Europa.
El artista tomó conciencia de individuo con valor y personalidad propios, se vio atraído por el saber y comenzó a estudiar los modelos de la antigüedad clásica a la vez que investigaba nuevas técnicas (claroscuro en pintura, por ejemplo). Se desarrollan enormemente las formas de representar la perspectiva y el mundo natural con fidelidad; interesan especialmente en la anatomía humana y las técnicas de construcción arquitectónica. El paradigma de esta nueva actitud es Leonardo da Vinci, personalidad eminentemente renacentista, quien dominó distintas ramas del saber, pero del mismo modo Miguel Ángel Buonarroti, Rafael Sanzio, Sandro Botticelli y Bramante fueron artistas conmovidos por la imagen de la Antigüedad y preocupados por desarrollar nuevas técnicas escultóricas, pictóricas y arquitectónicas, así como por la música, la poesía y la nueva sensibilidad humanística. Todo esto formó parte del renacimiento en las artes en Italia.
Mientras surgía en Florencia el arte del Quattrocento o primer Renacimiento italiano, así llamado por desarrollarse durante los años de 1400 (siglo XV), gracias a la búsqueda de los cánones de belleza de la antigüedad y de las bases científicas del arte, se produjo un fenómeno parecido y simultáneo en Flandes (especialmente en pintura), basado principalmente en la observación de la vida y la naturaleza y muy ligado a la figura de Tomás de Kempis y la «devotio moderna», la búsqueda de la humanidad de Cristo. Este Renacimiento nórdico, conjugado con el italiano, tuvo gran repercusión en la Europa Oriental (la fortaleza moscovita del Kremlin, por ejemplo, fue obra de artistas italianos).
La segunda fase del Renacimiento, o Cinquecento (siglo XVI), se caracterizó por la hegemonía artística de Roma, cuyos Papas (Julio II, León X, Clemente VII y Pablo III) (algunos de ellos pertenecientes a la familia florentina de los Médici) apoyaron fervorosamente el desarrollo de las artes, así como la investigación de la Antigüedad Clásica. Sin embargo, con las guerras de Italia muchos de estos artistas, o sus seguidores, emigraron y profundizaron la propagación de los principios renacentistas por toda Europa Occidental. Durante la segunda mitad del siglo XVI empezó la decadencia del Renacimiento, que cayó en un rígido formalismo, y tras el Manierismo dejó paso al Barroco.

Etapas del arte renacentista
Diferentes etapas históricas marcan el desarrollo del Renacimiento:
La primera tiene como espacio cronológico todo el siglo XV, es el denominado Quattrocento, y comprende el Renacimiento temprano que se desarrolla en Italia. La segunda, afecta al siglo XVI, se denomina Cinquecento, y su dominio artístico queda referido al Clasicismo o Renacimiento pleno, que se centra en el primer cuarto del siglo. En esta etapa surgen las grandes figuras del Renacimiento en las artes: Leonardo, Miguel Ángel, Rafael. Es el apogeo del arte renacentista. Este periodo desemboca hacia 1520-1530 en una reacción anticlásica que conforma el Manierismo, que dura hasta el final del siglo XVI.
Mientras que en Italia se estaba desarrollando el Renacimiento, en el resto de Europa se mantiene el Gótico en sus formas tardías, situación que se va a mantener, exceptuando casos concretos, hasta comienzos del siglo XVI. En Italia el enfrentamiento y convivencia con la Antigüedad Clásica, considerada como un legado nacional, proporcionó una amplia base para una evolución estilística homogénea y de validez general. Por ello, allí, es posible su surgimiento y precede a todas las demás naciones. Fuera de Italia, el desarrollo del Renacimiento dependerá constantemente de los impulsos marcados por Italia. Artistas importados desde Italia o formados allí, hacen el papel de verdaderos transmisores. Monarcas como Francisco I en Francia o Carlos V y Felipe II en España imponen el nuevo estilo en las construcciones que patrocinan, influyendo en los gustos artísticos predominantes y convirtiendo el Renacimiento en una moda. En el caso de Hungría, el trono se hallaba ocupado por el rey Matías Corvino (1443–1490), quien copió los patrones italianos renacentistas y los extendió por dicho reino. Fundó la Bibliotheca Corvinniana, luego en 1472 creó la primera imprenta húngara, e igualmente llenó la corte húngara de astrólogos, artistas y escritores italianos en general. Igualmente el rey Matías hizo reconstruir al estilo renacentista el Palacio de Buda, ubicado en la actual Budapest. En esta época igualmente afloró la literatura en el reino húngaro y pronto surgieron conocidas figuras de la literatura y poesía como Janus Pannonius, Antonio Bonfini, Juan Megyericsei, Galeotto Marzio, Pietro Ronsano y juristas como Esteban Werbőczy, quienes generaron un enorme impulso humanista en el reino. Por otra parte, los supuestos históricos que permitieron desarrollar el nuevo estilo Renacentista se remontan al siglo XIV cuando, con el Humanismo, progresa un ideal individualista de la cultura y un profundo interés por la literatura clásica, que acabaría dirigiendo, forzosamente, la atención sobre los restos monumentales clásicos. Italia en ese momento está integrada por una serie de estados entre los que destacan Venecia, Florencia, Milán y los Estados Pontificios. La presión que se ejerce desde el exterior, sobre todo por parte de Francia y España, impidió que, como en otras naciones, se desarrollara la unión de los reinos o estados; sin embargo, sí se produjo el fortalecimiento de la conciencia cultural de los italianos. Desde estos supuestos fueron las ciudades, concebidas como ciudades-estado, las que se convierten en centros de renovación artística. En Florencia el desarrollo de una rica burguesía ayuda al despliegue de las fuerzas del Renacimiento, la ciudad se convierte en punto de partida del nuevo estilo, y surgen, bajo la protección de los Médicis, las primeras obras que desde aquí se van a extender al resto de Italia.

Pintura
Artículo principal: Pintura renacentista
En pintura, las novedades del Renacimiento se introducirán de forma paulatina pero irreversible a partir del siglo XV. Un antecedente de las mismas fue Giotto (1267-1337), pintor aún dentro de la órbita del Gótico, pero que desarrolló en sus pinturas conceptos como volumen tridimensional, perspectiva, naturalismo, que alejan su obra de los rígidos modos de la tradición bizantina y gótica y preludian el Renacimiento pictórico.
En el Quattrocento (siglo XV), se recogen todas estas novedades y se adaptan a la nueva mentalidad humanista y burguesa que se expandía por las ciudades-estado italianas. Los pintores, aun tratando temas religiosos la mayoría de ellos, introducen también en sus obras la mitología, la alegoría y el retrato, que se desarrollará a partir de ahora enormemente. Una búsqueda constante de los pintores de esta época será la perspectiva, objeto de estudio y reflexión para muchos artistas: se trató de llegar a la ilusión de espacio tridimensional de una forma científica y reglada. La pintura cuatrocentista es una época de experimentación; las pinturas abandonan lenta y progresivamente la rigidez gótica y se aproximan cada vez más a la realidad. Aparece la naturaleza retratada en los fondos de las composiciones, y se introducen los desnudos en las figuras. Los pintores más destacados de esta época serán: en Florencia, Fra Angélico, Masaccio, Benozzo Gozzoli, Piero della Francesca, Filippo Lippi, Paolo Uccello. En Umbría, Perugino. En Padua, Mantegna, y en Venecia Giovanni Bellini. Por encima de todos ellos destaca Sandro Botticelli, autor de alegorías, delicadas Maddonas y asuntos mitológicos. Su estilo dulce, muy atento a la belleza y sensibilidad femeninas, y predominantemente dibujístico, caracterizan la escuela florentina de pintura y toda esta época. Otros autores del Quattrocento italiano son Andrea del Castagno, Antonio Pollaiuolo, il Pinturicchio, Domenico Ghirlandaio, Cima da Conegliano, Luca Signorelli, Cosme Tura, Vincenzo Foppa, Alessio Baldovinetti, Vittore Carpaccio, y en el sur de la península, Antonello da Messina.
El Cinquecento (siglo XVI) fue la etapa culminante de la pintura renacentista, y denominada por ello a veces como Clasicismo. Los pintores asimilan las novedades y la experimentación cuatrocentistas y las llevan a nuevas cimas creativas. En este momento aparecen grandes maestros, cuyo trabajo servirá de modelo a los artistas durante siglos.
El primero de ellos fue Leonardo da Vinci (1452-1519), uno de los grandes genios de todos los tiempos. Fue el ejemplo más acabado de artista multidisciplinar, intelectual y obsesionado con la perfección, que le llevó a dejar muchas obras inconclusas o en proyecto. Poco prolífico en su faceta pictórica, aportó sin embargo muchas innovaciones que condujeron a la historia de la pintura hacia nuevos rumbos. Quizá su principal aportación fue el sfumato o claroscuro, delicada gradación de la luz que otorga a sus pinturas una gran naturalidad, a la vez que ayuda a crear espacio. Estudiaba cuidadosamente la composición de sus obras, como en la muy difundida Última Cena, donde las figuras se ajustan a un esquema geométrico. Supo unir en sus trabajos la perfección formal a ciertas dosis de misterio, presente, por ejemplo, en la celebérrima Gioconda, La Virgen de las Rocas o el San Juan Bautista.
Miguel Ángel (1475-1564) es la segunda, cronológicamente, gran figura. Fundamentalmente escultor, se dedicó a la pintura de forma esporádica, a petición de algunos admiradores de su obra, sobre todo el papa Julio II. Los frescos de la Capilla Sixtina muestran el atormentado mundo interior de este artista, poblado de figuras monumentales, sólidas y tridimensionales como si fueran esculturas, y de llamativa presencia física. En su obra cobra mucha importancia el desnudo, aun cuando la casi totalidad de la misma fue hecha para decorar iglesias.
Rafael Sanzio (1483-1520) completa la tríada de genios del Clasicismo. Su estilo tuvo un enorme éxito y se puso de moda entre los poderosos. La pintura de Rafael busca ante todo la grazia, o belleza equilibrada y serena. Sus Madonnas recogen las novedades de Leonardo en lo que se refiere a composición y claroscuro, añadiendo una característica dulzura. Anticipa claramente la pintura manierista en sus últimas obras, cuyo estilo agitado y dramático copiarán y difundirán sus discípulos.
Con la aparición de estos tres grandes maestros, los artistas contemporáneos asumen que el arte ha llegado a su culmen (concepto recogido en la obra de Giorgio Vasari, Las Vidas) y se afanarán por tanto en incorporar estos logros, por un lado, y en la búsqueda de un estilo propio y original como forma de superarlos. Ambas cosas, junto con el ambiente pesimista que se respiraba en la Cristiandad en la década de 1520 (Saco de Roma, Reforma protestante, guerras), hizo surgir con fuerza a partir de los años 30 del siglo XVI una nueva corriente, el Manierismo. Se buscará a partir de entonces lo extravagante, lo extraño, lo exagerado y lo irreal. Pertenecen a la corriente pictórica Pontormo, Bronzino, Parmigianino, Rosso Fiorentino o Francesco Salviati. Otros autores tomarán algunas novedades manieristas pero siguiendo una línea más personal y clasicista. Entre ellos podemos citar a Sebastiano del Piombo, Correggio, Andrea del Sarto o Federico Barocci. Dentro de las diferentes escuelas que surgen en Italia en el Cinquecento, la de Venecia presenta especiales características. Si los florentinos ponían el acento en el disegno, es decir, en la composición y la línea, los pintores venecianos se centrarán en el color. Las especiales características del estado veneciano pueden explicar algo de esta particularidad, puesto que se trataba de una sociedad elitista, amante del lujo y muy relacionada con Oriente. La escuela veneciana reflejará esto mediante una pintura refinada, hedonista, menos intelectual y más vital, muy decorativa y colorista. Precursores de la escuela veneciana del Cinquecento fueron Giovanni Bellini y, sobre todo, Giorgione, pintor alegorías, paisajes y asuntos religiosos melancólicos y misteriosos. Deudor de su estilo fue Tiziano (1476?-1576), el mayor pintor de esta escuela, excelente retratista, quizá el más demandado de su tiempo; autor de complejas y realistas composiciones religiosas, llenas de vida y colorido. En la última etapa de su vida deshace los contornos de las figuras, convirtiendo sus cuadros en puras sensaciones de luz y color, anticipo del Impresionismo. Tintoretto, Paolo Veronese y Palma el Viejo continuarán esta escuela llevándola hacia el Manierismo y anticipando en cierta manera la pintura Barroca.

Renacimiento español
Artículo principal: Renacimiento español
En España el cambio ideológico no es tan extremo como en otros países; no se rompe abruptamente con la tradición medieval, por ello se habla de un Renacimiento español más original y variado que en el resto de Europa. Así, la literatura acepta las innovaciones italianas (Dante y Petrarca), pero no olvida la poesía del Cancionero y la tradición anterior. Como síntesis del Renacimiento y preludio del Barroco, la literatura contará con la figura capital de Miguel de Cervantes (siglos XVI–XVII).
En cuanto a las artes plásticas, el Renacimiento hispano mezcló elementos importados de Italia (de donde llegaron algunos artistas, como Paolo de San Leocadio, Pietro Torrigiano o Domenico Fancelli) con la tradición local, y con algunos otros influjos (lo flamenco, por ejemplo, estaba muy de moda en la época por las intensas relaciones comerciales y dinásticas que unían estos territorios a España). Las innovaciones renacentistas llegaron a España de forma muy tardía; hasta la década de 1620 no se encuentran ejemplos acabados de las mismas en las manifestaciones artísticas, y tales ejemplos son dispersos y minoritarios. No llegan a España plenamente, pues, los ecos del Quattrocento italiano (sólo por obra de la familia Borgia aparecen artistas y obras de esa época en el área levantina), lo que determina que el arte renacentista español pase casi abruptamente del Gótico al Manierismo.
En el campo de la arquitectura, tradicionalmente se distinguen tres periodos: Plateresco (siglo XV-primer cuarto del siglo XVI), Purismo o estilo italianizante (primera mitad del XVI) y estilo Herreriano (a partir de 1559-mediados del siglo siguiente). En el primero de ellos, lo renaciente aparece de forma superficial, en la decoración de las fachadas, mientras que la estructura de los edificios sigue siendo gotizante en la mayoría de los casos. Lo más característico del Plateresco es un tipo de decoración menuda, detallista y abundante, semejante a la labor de los plateros (de donde deriva el nombre). El núcleo fundamental de esta corriente fue la ciudad de Salamanca, cuya Universidad y su fachada son el paradigma del estilo; arquitectos destacados del mismo fueron Rodrigo Gil de Hontañón y Juan de Álava.
El Purismo representa una fase más avanzada de la italianización de la arquitectura. El palacio de Carlos V en la Alhambra de Granada, obra de Pedro de Machuca, es ejemplo de ello. El foco principal de este estilo se situó en Andalucía, donde además del citado palacio destacaron los núcleos de Úbeda y Baeza y arquitectos como Andrés de Vandelvira y Diego de Siloé. Finalmente, aparece el estilo Escurialense o Herreriano, original adaptación del Manierismo romano caracterizada por la desnudez y el gigantismo arquitectónico. La obra fundamental será el palacio-monasterio de El Escorial, trazado por Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, sin duda la obra más ambiciosa del Renacimiento hispano. Lo escurialense traspasó el umbral cronológico del siglo XVI llegando con gran vigencia a la época barroca.
En escultura, la tradición gótica mantuvo su hegemonía durante buena parte del siglo XVI. Los primeros ecos del nuevo estilo corresponden por lo general a artistas venidos de fuera, como Felipe Vigarny o Domenico Fancelli, que trabajará al servicio de los Reyes Católicos, esculpiendo su sepulcro (1517). No obstante, pronto surgirán artistas locales que asimilan las novedades italianas, adaptándolas al gusto hispano, como Bartolomé Ordóñez y Damián Forment. En una fase más madura del estilo surgen grandes figuras, creadoras de un peculiar Manierismo que sentará las bases de la posterior escultura barroca: Juan de Juni y Alonso Berruguete son los más destacados.
La pintura renacentista española está determinada igualmente por el pulso que mantiene la herencia del Gótico con los nuevos modos venidos de Italia. Esta dicotomía se aprecia en la obra de Pedro Berruguete, que trabajó en Urbino al servicio de Federico de Montefeltro, y Alejo Fernández. Posteriormente aparecen artistas conocedores de las novedades italianas coetáneas, como Vicente Macip o su hijo Juan de Juanes, influidos por Rafael; Luis de Morales, Juan Fernández de Navarrete o los leonardescos Fernando Yáñez y Hernando de los Llanos. Pero la gran figura del Renacimento español, y uno de los pintores más originales de la Historia, se inscribe ya en el Manierismo, aunque rebasando sus límites al crear un universo estilístico propio: El Greco (1541-1614).

Renacimiento alemán
El Renacimiento artístico no fue en Alemania una tentativa de resurrección del arte clásico, sino una renovación intensa del espíritu germánico, motivado por la Reforma protestante. Alberto Durero (1471-1528), fue la figura dominante del Renacimiento alemán. Su obra universal, que ya en vida fue reconocida y admirada en toda Europa, impuso la impronta del artista moderno, uniendo la reflexión teórica con la transición decisiva entre la práctica medieval y el idealismo renacentista. Sus pinturas, dibujos, grabados y escritos teóricos sobre arte ejercieron una profunda influencia en los artistas del siglo XVI de su propio país y de los Países Bajos. Durero comprendió la imperiosidad de adquirir un conocimiento racional de la producción artística, e introdujo el idealismo de raigambre italiana en el arte alemán.
La pintura germánica conoció en este época uno de sus mayores momentos de esplendor. Junto a la figura fundamental de Durero surgieron otros grandes autores, como Lucas Cranach el Viejo, pintor por antonomasia de la Reforma protestante; Hans Baldung Grien, introductor de temáticas siniestras y novedosas, deudoras en cierto modo del arte medieval; Matthias Grünewald, uno de los precursores del expresionismo; Albrecht Altdorfer, excelente paisajista, o Hans Holbein el Joven, que desarrolló casi toda su producción, centrada en el retrato, en Inglaterra.
Tras la Reforma, el mecenazgo de la nobleza alemana se centró en primer lugar en la arquitectura, por la capacidad de ésta para mostrar el poder y prestigio de los gobernantes. Así, a mediados del siglo XVI se amplia el castillo de Heidelberg, siguiendo las directrices clásicas. Sin embargo, la mayoría de los príncipes alemanes prefirieron conservar las obras góticas, limitándose a decorarlas con ornamentación renacentista.
Los emperadores Habsburgo y la familia Fugger fueron los más importantes mecenas, destacándose por su protección a grandes figuras como Johannes Kepler y Tycho Brahe.

Renacimiento en Flandes y los Países Bajos
A la par que se desarrollaba en Italia el Cinquecento Italiano, la Escuela Flamenca de pintura alcanzó un desarrollo notable, como heredera y continuadora de la tradición tardogótica anterior representada por Jan van Eyck, Roger van der Weyden y otros grandes maestros. Se caracterizó por su naturalismo, rasgo que comparte con los maestros italianos. Los modos del Gótico pervivieron con mayor fuerza, aunque matizados con características singulares, como cierta vena caricaturesca y fantástica y una mayor sensibilidad a la realidad del pueblo llano y sus costumbres. Se recoge ese interés en obras de carácter menos idealizado que las italianas, con una marcada tendencia por el detallismo casi microscópico que aplican a las representaciones (influjo de los maestros tardogóticos ya mencionados y la Miniatura), y tendencia hacia lo decorativo, sin demasiado interés por disquisiciones teóricas. A mediados del siglo XVI el Clasicismo italiano entra con fuerza en la pintura flamenca, manifestándose en la llamada «Escuela de Amberes» y en pintores como Jan van Scorel o Mabuse, algunos de los cuales permanecieron en Italia estudiando a los grandes maestros. A la difusión de los nuevos modelos contribuyó sobremanera el grabado, que puso al alcance de prácticamene cualquier artista las obras producidas en otras escuelas y lugares, poniendo muy de moda en toda Europa el estilo italianizante. Algunos grandes nombres de la época fueron Joachim Patinir, uno de los creadores del paisaje como género autónomo de la pintura, aunque apegado todavía al Gótico; Quintín Metsys, que se inspiró en los dibujos caricaturescos de Leonardo y en las clases populares para retratar vicios y costumbres; el retratista Antonio Moro; el Bosco, uno de los pintores más originales de la historia, apegado formalmente a la tradición de la vieja escuela flamenca; pero a la vez innovador, creador de un universo fantástico, casi onírico que lo sitúan como uno de los precedentes del Surrealismo; y Pieter Brueghel el Viejo, uno de los grandes maestros del paisaje y las costumbres populares, quizá el más moderno de todos ellos, aun cuando en su pintura glose sentencias morales y de crítica social que tienen algo de medieval. En el campo de la escultura, destacó Adriaen de Vries, autor de expresivas obras (generalmente de bronce) en las que el movimiento, la línea ondulada o serpentinata y el desnudo heroico las caracterizan como excelentes ejemplos de manierismo escultórico fuera de Italia.

Renacimiento en Francia
En Francia, la influencia italiana se dejó sentir desde muy temprano, favorecida por la cercanía geográfica, los vínculos comerciales y la monarquía, que ambicionaba anexionar los territorios limítrofes de la península italiana, y lo consiguió en algunos momentos. Sin embargo, el impulso definitivo a la adopción de las formas renacentistas se dio bajo el reinado (1515-1547) de Francisco I. Este monarca, gran mecenas de las artes y aficionado a todo lo que procediera de Italia, protegió a importantes maestros, solicitando sus servicios para la Corte francesa (entre ellos el mismo Leonardo da Vinci, que murió en el Castillo de Cloux), a la vez que emprendió un ambicioso programa de revitalización cultural que revolucionó el desarrollo de las artes en el país. Conviene tener presente que Francia fue la cuna del Gótico y que por tanto este estilo estaba fuertemente arraigado y podía ser visto como un estilo nacional. De ahí que las formas góticas continuaran presentes durante un tiempo, a pesar del nuevo estilo impuesto por la Corte.
En cuanto a la arquitectura, la monarquía, fortalecida y en período de expansión territorial, había patrocinado ya desde el siglo XV la remodelación de los viejos chateaux medievales y la creación de nuevas residencias más acordes con los tiempos. Pero fue precisamente Francisco I el que dio un impulso definitivo a esta operación renovadora, que tuvo varios focos. El primer edificio renacentista en Francia fue el Castillo de Saint-Germain-en-Laye, imponente fortaleza de ladrillo y piedra en la que aparecen pequeños detalles renacientes, dentro de una general sobriedad de aire militar. De estilo más avanzado serán los Castillos del Valle del Loira, conjunto de mansiones para la realeza y la nobleza que muestran los rasgos más característicos del Renacimiento francés: decorativismo de raigambre manierista, recuerdos goticistas en las estructuras, y quizá lo más novedoso: una perfecta integración de los edificios en la naturaleza circundante, como se ve en el grácil puente del Castillo de Chenonceau. El más célebre dentro de este conjunto es el Castillo de Chambord, que presenta grandes audacias estilísticas, como una escalera interna helicoidal. Otros ejemplos de estas residencias suburbanas son los castillos de Amboise, Blois y Azay-le-Rideau.
Además de todas estas realizaciones, Francisco I se embarcó en la que quizá fue la obra fundamental de este período: el Palacio de Fontainebleau, vieja mansión de los reyes franceses que se renovará totalmente. En el edificio en sí, se aprecia ya el triunfo de las formas italianas, aunque adaptadas al gusto francés con sus típicas chimeneas y mansardas. Incluye fragmentos de desbordante creatividad, como la célebre escalera imperial, anticipo de soluciones barrocas. No obstante, quizá lo más destacado del proyecto fue que involucró a creadores de prácticamente todas las disciplinas artísticas, algunos venidos expresamente de Italia como los pintores Francesco Primaticcio o Rosso Fiorentino, el famoso escultor Benvenuto Cellini, o el arquitecto Sebastiano Serlio, importante autor de tratados de arquitectura del que apenas se conocen obras salvo este palacio. Las novedades que se fraguaron aquí trapasarían el ámbito local y darían origen a todo un estilo, el estilo de Fontainebleau, un manierismo refinado al servicio de los gustos aristocráticos.
Tras Francisco I, las formas a la italiana acabaron imponiéndose definitivamente en la arquitectura bajo Enrique II, cuya esposa pertenecía a la familia florentina más poderosa (Catalina de Médicis). Bajo su mandato (1547-1559) se reformó la antigua sede de la Corte en París, el Palacio del Louvre, convirtiéndolo en un moderno edificio de estética plenamente manierista. La reforma fue dirigida por uno de los arquitectos franceses más destacados del momento, Pierre Lescot, que diseñó el gran patio central (Cour Carrée), con características fachadas en las que utiliza el módulo de arco de triunfo clásico. Asimismo, estos monarcas iniciaron la construcción de un nuevo palacio, enfrente del Louvre, el Palacio de las Tullerías, en el que intervino el otro gran arquitecto francés del Renacimiento, Philibert Delorme.
La escultura del Renacimiento en Francia fue también al compás de lo dictado por Italia. Francia dejó de ser ya a finales del siglo XIV el gran centro escultórico de Europa que fue gracias a los talleres catedralicios, situación que continuaría durante el siglo XV, y aún más en el XVI. Es paradójico y a la vez revelador que esta situación coincida con la consolidación progresiva de la institución monárquica, evidentemente deseosa de renovar su imagen y dispuesta a usar el arte como instrumento propagandístico de primer orden. No obstante de la pérdida de hegemonía en este campo, que de todas formas nunca había sido definitiva, surgieron grandes figuras al calor de los proyectos reales; es de destacar el carácter ornamental y decorativo que tuvieron las esculturas, subordinándose al proyecto general de los edificios e integrándose en éstos. Dos fueron los autores más sobresalientes: Germain Pilon y Jean Goujon.
La pintura también experimentó el progresivo declive de las formas góticas tradicionales y la llegada del nuevo estilo. Como se ha señalado, se conocieron en Francia de primera mano las formas pictóricas italianas en el siglo XVI gracias a la llegada de autores muy innovadores, como Leonardo o Rosso Fiorentino. Francisco I impulsó la formación de artistas franceses bajo la dirección de maestros italianos, como Niccolò dell'Abbate o Primaticcio, siendo este último el responsable de la decoración del palacio de Fontainebleau y la organización de las fiestas de la Corte, y teniendo por tanto a sus órdenes a muchos artesanos y artistas. Esta convivencia de talentos, escuelas, disciplinas y géneros dio origen a la llamada escuela pictórica de Fontainebleau, una derivación del manierismo pictórico italiano que incide en el erotismo, el lujo, los temas profanos y las alegorías, todo ello muy del gusto de su clientela principal, la aristocracia. La mayor parte de los artistas de Fontainebleau fueron anónimos, precisamente por esa integración de las artes que se propugnaba y por el magisterio de los artistas consagrados. No obstante, conocemos los nombres de algunos pintores, figurando Jean Cousin el Viejo o Antoine Caron entre los más destacados. Sin embargo, el pintor francés más importante de la época, a a vez que uno de los grandes retratistas de todos los tiempos, aunque gran parte de su obra se haya perdido, fue François Clouet, que superó a su padre, el también apreciable Jean Clouet, en la fiel plasmación de la vida de los poderosos de la época, con una profundidad psicológica y brillantez formal cuyo precedente hay que buscarlo en Jean Fouquet, gran pintor del siglo XV aún en la órbita del Gótico.